jueves, 17 de marzo de 2011

la encrucijada magrebí



La cámara mortuoria hiede a muerte. En el suelo hay un charco de sangre. Gotea desde una cámara abierta a medias. Los enfermeros han sacado uno de los ochos cadáveres de los enfrentamientos de estos días. Y preguntan a los periodistas si lo conocen. Por el aspecto se diría un hombre en torno a los 60 años, cabellos grises y perilla. Dicen que tiene la piel demasiado clara para ser libio, podría ser un periodista asesinado en el frente. Ha muerto de un tiro en la cabeza. Pero lo misterioso es que lo encontraron desnudo abandonado en mitad de la calle, hace dos días.

A las 12:30 comienza el sexto bombardeo de la jornada. No se han interrumpido desde las cuatro de la mañana. El niño que da vueltas solo desde esta mañana en la entrada de urgencias me pregunta si nos van a alcanzar. Le digo que esté tranquilo, que las bombas caen lejos del hospital. Pero sé que es una media mentira, porque están solo a tres kilómetros y golpean el frente pero también las primeras casas de los barrios periféricos de Bab Gharbia, a lo largo de la carretera de que viene de Trípoli. Y en efecto, en el lapso de pocos minutos llegan al hospital dos coches y una ambulancia. Del coche bajan dos hombres con dos niños en brazos. Uno de cuatro años y el otro de siete. La mirada aterrorizada y los brazos apretados al cuello de su padre. De la ambulancia, en cambio, descargan a la carrera una camilla con un joven, la ropa ensangrentada y los intestinos fuera del vientre. La bomba ha caído a pocos metros de la casa y le ha herido la metralla. Por fortuna, lo de los dos niños no es grave. El joven, en cambio, ha sido operado de urgencia y quizás se salve, pero tendrán que transferirlo lo antes posible a Benghazi, preferiblemente antes de que las milicias de Gadafi retomen el control de Ijdabiya. Y se venguen de quienes han osado oponerse a la dictadura.

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